La protección de la naturaleza debe basarse en trabajar con los sistemas productivos
El director de Fundación Global Nature, Eduardo de Miguel, está al frente de una entidad que lleva 30 años trabajando por la conservación, protección y regeneración de la naturaleza. Trabajar en red, creando alianzas que representen al territorio y a las diferentes disciplinas, es parte de su modus operandi. Este año, celebran tres décadas de vida bajo el lema ‘El secreto está en el agua’, el recurso natural más escaso e importante.
Con motivo del Día Mundial de la Protección de la Naturaleza, De Miguel repasa cómo ha evolucionado la protección de nuestro medio ambiente a lo largo de los años. Un medio ambiente que, como subraya, es necesario proteger y entender más allá de especies “peluche” y los paisajes verdes.
Pregunta: Actualmente, la necesidad de proteger nuestra naturaleza es un tema aceptado y compartido, pero ¿ha sido siempre así? ¿Cómo ha evolucionado desde que Global Nature se dedica a esto?
En los años 70 y 80 del pasado siglo, la prioridad de conservación eran unas pocas especies emblemáticas, como el águila imperial o el lince ibérico, o algunos espacios muy concretos, amenazados por proyectos específicos, como pudo ser el actual Parque Nacional de Cabañeros o espacios que ocuparon embalses como Riaño o Itoiz. A partir de finales de los 90, se entendió que estas especies o espacios muy concretos no podían conservarse sin un trabajo a escala de paisaje. Tal es el caso de la conservación de los humedales, uno de los principales objetivos de conservación de Global Nature y que son hábitats desconocidos, pero muy importantes: dependen a su vez de extensas superficies que captan el agua que los alimenta, a través de los acuíferos o ríos, y que obliga a trabajar a gran escala en territorios muy amplios.
Pregunta Hoy, toda la atención gira en torno al cambio climático y en cómo afrontarlo ¿es este el gran reto que afronta la protección de nuestra naturaleza?
Si la conservación de la biodiversidad y de la naturaleza, en general, ya tenía suficientes amenazas, como las crecientes infraestructuras, la presión agraria o la contaminación, efectivamente, el cambio climático se ha convertido en la principal amenaza de muchos ecosistemas. Todos nuestros hábitats han ido cambiando a lo largo de milenios en función de las oscilaciones naturales del clima; pero los cambios climáticos, que están ocurriendo a gran escala y de forma tan rápida, impiden la necesaria adaptación de las especies a estas nuevas condiciones.
Pregunta Ese cuidado de la naturaleza necesita, además de políticas y conciencia, financiación. ¿Dónde ha estado la clave para conseguir esos fondos?
Hasta la fecha, la mayor parte de la financiación de los programas de restauración provenía de fondos públicos y, en el caso de España, principalmente de la Unión Europea. Desde hace 10 años, la financiación privada está siendo cada vez más importante, en especial, la que proviene de fondos de Responsabilidad Social Corporativa de las empresas o de medidas compensatorias para paliar los impactos de infraestructuras o de diferentes sistemas productivos.
Pregunta ¿Hacia dónde debería evolucionar la forma en la que cuidamos y entendemos el cuidado de la naturaleza?
No hay que inventar la rueda. Desde hace más de 40 años hablamos de la jerarquía de la mitigación, pero no se aplica adecuadamente. Es decir, primero hay que intentar evitar el impacto, lo que significa ver si es necesario generar un producto o servicio, o construir una determinada infraestructura, y después hay que minimizar dicho impacto, restaurar y posteriormente compensar.
La protección y conservación de la naturaleza se sigue basando en grandes proyectos centrados en especies emblemáticas que podemos llamar “peluches”, y es un trabajo esencial, pero no ha de ser el único: en paralelo, perdemos el 70% de la biodiversidad menos llamativa, que es la base de toda la pirámide trófica.
No se trabaja en especies o en hábitats que son percibidos como “feos”. La conservación se centra en ecosistemas verdes, grandes montañas o en el mar y, por ejemplo, se olvidan zonas semidesérticas o las estepas. Ese es un gran problema de la conservación de la naturaleza: no debe basarse en proyectos centrados en recuperar una serie de especies “emblemáticas o peluches” sino en un trabajo transversal con todos los sistemas productivos que son los que realmente están destrozando nuestro entorno. Hay grandes iniciativas como Naturaleza Pastoreada, que financia Fundación Biodiversidad y que trabajan en esta línea.
Pregunta Nos hablaba de paisajes y ecosistemas menos conocidos son los humedales, ¿en qué reside su valor?
Los humedales no sólo tienen un valor cultural o paisajístico, sino que, en el caso de España, albergan la mayor biodiversidad. Se calcula que hasta el 50 % de las especies de fauna y flora dependen de alguna forma de los medios acuáticos, ya sea de forma directa o indirecta.
Los humedales proporcionan numerosos servicios a la sociedad, como es la regulación del agua de los acuíferos, laminan avenidas, inundaciones, son uno de los principales sumideros de carbono y también regulan el microclima local.
Los humedales son el ecosistema estrella de Global Nature, llevamos 30 años trabajando con ellos y ahora tenemos un gran proyecto, el LIFE Wetland4Climate, que estudia su papel como grandes sumideros de carbono.
Pregunta Hay ecosistemas, como los que cuida y restaura Global Nature, más difíciles de entender en términos de naturaleza, como los sistemas agrarios, ¿cuál es esa relación entre sector agrario, agricultura y ganadería, y naturaleza?
En Europa no podemos hablar de hábitats naturales sin alterar. Prácticamente todo nuestro territorio está modificado desde el Neolítico. Pero esta modificación ha sido paulatina y ha permitido que numerosas especies se adapten a estos nuevos territorios, como es el caso de nuestra agricultura tradicional, de nuestras dehesas, los olivares o los almendros tradicionales, así como los cultivos de cereal que se rotan con barbechos o leguminosas.
Todo este espacio agrícola ha permitido que España, en la actualidad, sea, por ejemplo, la gran reserva de aves esteparias de Europa occidental, poblaciones que se encuentran ahora amenazadas por la transformación agraria en monocultivos, sin barbechos, sin leguminosas, con regadíos intensivos y con variedades de ciclo corto. Por tanto, estos paisajes agrarios tradicionales hay que verlos como parte de nuestra naturaleza y como uno de los últimos reservorios de biodiversidad que hay que conservar.
Pregunta ¿Cuál debería ser la hoja de ruta de futuro para que la protección de nuestra naturaleza sea real y prioritaria?
Por una parte, España ya tiene declarada una importante superficie como red Natura 2000, con planes de gestión que se deberían de cumplir. Una vez más, no hay que inventar la rueda, y sólo hay que cumplir y seguir las normativas y estrategias ya diseñadas. Por ejemplo, existe una Directiva Marco del Agua que España está incumpliendo de forma reiterada, por exceso de extracción de agua del subsuelo y por la alteración de cursos de ríos, o trasvases. No podemos generar una inflación legislativa, cuando no estamos cumpliendo las normativas que nos hemos impuesto desde hace más de 30 años